Imagina el Foro romano al amanecer. Las estatuas de mármol aún guardan silencio, los senadores bostezan tras una noche de conjuras… y, sin embargo, los muros susurran un nombre que los varones preferirían no oír en público: Fulvia.
Ella no espera a que la Historia la cite: asedia ciudades, amontona legiones y hace temblar a Cicerón con panfletos incendiarios. Cuando Julio César cae, ella reparte dagas; cuando Antonio parte a Oriente, ella levanta la más extraña —y peligrosa— rebelión de la República. Mientras los cronistas buscan héroes con toga, Fulvia ya ha creado su propio escaño en la curia… a martillazos si hace falta.